Damasco

Huyendo del ISIS

“Viajábamos por la noche. Durante el día nos escondíamos en árboles. Había francotiradores por todos lados”, dijo. “Cuando llegamos a Damasco era como estar en una Eid (festividad religiosa musulmana)”.

Badia Mehmid

“Si una mujer vestía de verde o rojo la atacaban”, dijo Badia Mehmid, que durante meses vivió bajo el Estado Islámico (ISIS o Daesh), cuando los fanáticos tomaron control de su suburbio en Alepo. “Si era guapa la violaban y la usaban como esclava. Nuestra vecina no regresó. Su esposo se suicidó”.

Los terroristas controlaban todo lo que había para comprar, incluyendo alimentos y bienes de consumo doméstico. Los precios subieron muchísimo. La presión se volvió insoportable para la madre de nueve niños.

“Obligaron a los niños a ir a sus colegios. Les lavaban el cerebro. Les decían que si veían a su madre fumando debían matarla”, dijo. “Yo tenía miedo de perder a mis hijos”.

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Badia Mehmid, 35. Nine children, aged 18 to 3 years.

Vendieron todo lo que tenían y les pagaron a traficantes de personas para que los ayudaran a escapar. “Viajábamos por la noche. Durante el día nos escondíamos en árboles. Había francotiradores por todos lados”, dijo. “Cuando llegamos a Damasco era como estar en una Eid (festividad religiosa musulmana)”.

La familia ha estado viviendo en un apartamento sin amueblar de hormigón visto, bloques de cemento y ventanas sin cristales. El viento gélido se cuela por todas partes. “Hemos tratado de bloquear las ventanas, pero nunca es suficiente”, dijo.

Si una mujer vestía de verde o rojo la atacaban

Caritas ayuda a Badia con cupones de pago. “Es muy caro alimentar a nueve niños y enviarlos al colegio”, dijo. “Mi hijo se rehusaba a ir al colegio porque no tenía más que pantuflas para ponerse. Les avergüenza vestir harapos. El dinero nos ayuda a comprar lo que necesitamos – ropa abrigada, alimentos y libros para los niños”.

Para hacer que el dinero alcance los niños trabajan en las calles limpiando coches o fregando escaleras en edificios de apartamentos. Ganan unas 600 libras sirias al día. También encuentran pan duro y lo venden. “Es muy duro verlos trabajar, pero no nos queda otra si queremos comer”, dijo Badia.

A veces es difícil seguir adelante, pero sus hijos le dan fuerza. “Tras ocho varones, fue maravilloso tener una hija”, dijo. “Ella me da besos y abrazos cuando los necesito”.

Reunión de amigos

Miriam Mohammed se estaba sometiendo a diálisis en Raqqa cuando el ISIS tomó la ciudad. “Después de que ISIS tomó el control, no había medicinas ni doctores ni nada”, dijo. Sin tratamiento ella moriría.

“Los soldados del ISIS me dejaron ir por mis problemas de salud”, dijo, pero tuvo que dejar atrás a sus seis hijos para venir a Damasco. “Han pasado ya tres años. Sueño con mis hijos. Viven solos. No tienen agua ni alimentos. La gente les da pan para sobrevivir”, dijo.

No me gusta saber que está sola. Ella está deprimida y tiene problemas de salud. Siempre intento estar a su lado y confortarla.

Cuando Miriam llegó a Damasco la acogió su mejor amiga, Rabba Lissa, quien había huido de Raqqa antes de que el ISIS cortara las carreteras. Viven puerta con puerta en un edificio de apartamentos a medio construir.

“No puedo ser feliz sabiendo que Miriam está sufriendo”, dijo Rabba. “Siempre hablo con ella para tratar de consolarla. La animo diciéndole que la carretera a Raqqa volverá a abrir y que recuperará a sus hijos”.

Ambas reciben cupones de pago de Caritas. El apartamento de Miriam es de hormigón visto, ventanas sin cristales y dentro no hay más que un colchón y colchas. Rabba ha cubierto las paredes del suyo con una tela color oro, ha colocado flores y alfombras. Tener una casa bonita ha sido un alivio para el sufrimiento diario.

“Cuando venimos aquí era horrible. Yo empecé a trabajar en el piso para volverlo más cómodo. Compré la tela pieza por pieza, ahorrando”, dijo. “Generalmente, soy una persona alegre. Siempre y cuando mis hijos estén bien. Uno puede perder una propiedad, pero eso siempre lo puede recuperar”.

Caídos más no hundidos en Damasco

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Fadwa Taleb nos muestra los agujeros de bala que salpican sus paredes. Ella llegó a este nuevo apartamento tras haber huido de los combates en otra parte de Damasco. “Los bombardeos eran muy intensos. Había muchos morteros y muchas balas. La gente corría para escapar”, dijo.

“Llegamos aquí. La casa ya estaba dañada. Reparamos lo que pudimos y nos mudamos. No pudimos traer nada más que lo que llevábamos puesto. Nos congelamos bajo las colchas. No tenemos forma de calentar la casa”.

Fadwa ha enterrado a dos hijos muertos en la guerra. “Espero que nadie tenga que pasar por lo que yo he pasado. Cuando veo a mis nietos huérfanos me invade la tristeza”, dijo. Ella vive al lado de su nuera viuda, Abeer Al Hasan, y sus nietos, Josef y Mary.

“Qué les dice uno a sus hijos: Su padre ha muerto y lo han enterrado”, dijo Abeer.

“Dependíamos de él para todo, para comer y para pagar el alquiler. Quiero darles lo mejor que puedo, pero hay muchos días en que no tenemos ni un trozo de pan. Mañana será mejor, les digo a los niños. Mañana les compro un caramelo”.

Caritas le da a la familia cupones de pago que utilizan para comprar comida y ropa. Para Abeer, irse de Siria no es una opción. “Nunca me iré de Siria. Aquí crecí. Comí la comida de aquí. Bebí el agua de aquí. Conozco las calles. Tengo toda la esperanza de que las cosas pueden mejorar, como antes de la guerra”.